Tiene varios méritos esta comedia que alcanzó un éxito impresionante en las boleterías de su país de origen. Uno es el guión, chispeante y fresco; otro, el tono de la narración, que presenta detalles formales interesantes. Y otro es, sin dudas, el personaje que interpreta Sara Forestier, la hija de un inmigrante ilegal argelino y una hippie francesa; la chica, a los 20 años, ha decidido usar la cama para reformar (políticamente hablando) a los "fachos". El relato se centra en la relación de Baya (la joven en cuestión) con Arthur Martin, un investigador menos conservador y formal de lo que parece. Sin embargo, lo mejor de la película no está en estos aspectos, sino en la formulación desprejuiciada y desacartonada de algunos de los problemas más serios que afligen a las sociedades de la Europa moderna: a través de los pormenores del relato del particular vínculo entre Baya y Arthur, se alude a los problemas de los inmigrantes ilegales, al choque de culturas, a la discriminación, a los prejuicios raciales, a la intolerancia política, a los tabúes familiares; y, desde luego, al sexo y a las relaciones de pareja . El tono humorístico con el que se abordan estos temas no les quita peso sino que, por el contrario, funciona como un consistente recurso narrativo.
Lo interesante es que el director Michel Leclerc no pretende ofrecer respuestas a los interrogantes que plantea ni soluciones a los problemas que muestra: prefiere (sabiamente) exponer los hechos y dejar las reflexiones posteriores a cargo de los espectadores.
Son muy buenos los trabajos actorales de Jacques Gambin y Sara Forestier, los protagonistas, adecuadamente acompañados por el reparto; si bien hay algún exceso en la caracterización de Baya (por momentos el personaje bordea la caricatura) el relato cierra satisfactoriamente, aunque algunos espectadores puedan sentirse defraudados porque, en cierto modo, se abandona la postura políticamente incorrecta que campea en todo el filme.